ARTE BIZANTINO

SAN APOLINAR IN CLASSE (RÁVENA)

El monumental edificio se levantó en la llanura al sureste de Rávena, en la zona del puerto romano – bizantino de Classis. Del complejo de edificios sagrados que se erigieron en el territorio de Classe, sólo permanece la basílica dedicada al santo Apollinare, fundador de la Iglesia de Rávena.

Construida por voluntad de la Curia de Rávena con la contribución económica del financiero Giuliano Argentarius, la basílica fue consagrada por el obispo Massimiano el 9 de mayo del 549. Es necesario apreciar el esplendor del edificio en relación con el contexto del poder de la Iglesia de Rávena, que se fortaleció como resultado de la conquista bizantina de la ciudad en el año 540.

Tras el reino de los Godos y la expansión del arrianismo, se establece en Rávena el culto ortodoxo. En esta época, el obispo Maximianus, nombrado directamente por el emperador Justiniano I, hace de la basílica de Classe el lugar de exaltación del primer obispo y mártir Apollinare.

El interior de la básilica, cuyo tejado es de cerchas de madera, consiste en una nave central y dos laterales con 24 columnas de mármol griego con basas paralelepípedas decoradas con un motivo romboidal y capiteles con hojas de acanto, coronadas con un cimacio en forma de piramide truncada.

Sobre los arcos de la nave, se pueden ver retratos de los obispos y arzobispos de Rávena, pintados en el siglo XVIII dentro de cameos circulares. Éstos son todos los restos que han perdurado, tras eliminarse muchos elementos decorativos en los trabajos de restauración que se llevaron a cargo a principios del siglo XX bajo la dirección de Corrado Ricci.

La calidad de los diferentes mármoles y la artesanía de los capiteles, las proporciones del amplio interior, junto con los mosaicos de la cúpula y el arco absidial y la luminosidad conferida por las grandes series de ventanas ojivales, contribuyen a la definición de un espacio donde la materia tiende a disolverse en luces y abstracción simbólica. En el siglo XV, cuando los monjes de la Orden de la Camáldula abandonaron la Basílica para establecerse en el nuevo monasterio dentro de las murallas de Rávena, el edificio sufrió una expoliación de los mármoles interiores, reutilizados para la construcción del Templo Malatestiano de Rimini. En el interior de la basílica quedan aún dos grandes restos de la pavimentación original.

En las paredes aparecen numerosas inscripciones, entre las cuales destacan dos: una con el interesante epígrafe “In hoc loco stetit arca…”, que nos proporciona importantes evidencias de la consagración de la basílica y la otra que es una losa grabada para recordar la dieta convenida por el emperador Otón III en el monasterio adyacente a la Basílica.

La simbología del mosaico que adorna la zona presbiterial es típico del arte bizantino en la Rávena del siglo VI.  Fruto del pensamiento político y religioso de la época, que tiene en el arzobispo Maximianus un elevado exponente cultural, la iconografía presenta un fuerte énfasis en la doble naturaleza de Cristo (en oposición del arrianismo que niega la divinidad de Cristo). En la cúpula la representación se desarrolla con un cielo y un verde paisaje paradisiaco rico en árboles, rocas, flores y pájaros de muchos colores. Un imponente clípeo cierra el cielo, cubierto con noventa y nueve estrellas que rodean una gran cruz que posee una joya con el busto de Cristo con barba.

Las inscripciones en el interior del escudo subrayan el significado de la cruz, símbolo de salvación. Así aparece el acróstico (Ixthus), que en griego significa pez, siendo usado por los cristianos primitivos como acróstico de Iesous Xhristos Theou Uios Soter(Jesucristo, de Dios el Hijo, Salvador), también aparece la frase “salus mundi”, y las letras ? (alfa) y ? (omega), es decir, principio y fin. Más arriba, la mano de Dios sale de una nube, mientras que a los lados los emergentes bustos de Moisés y Elias y tres corderos (los apóstoles Pedro, Santiago y Juan), que son una referencia simbólica a la Transfiguración de Cristo en el monte Tabor. En el centro se representa la gran figura de San Apolinar (con túnica blanca y la casulla salpicada con abejas de oro, símbolo de la elocuencia) se encuentra en actitud de oración: es decir, está retratado en el momento que dirige sus plegarias a Dios para que conceda la gracia celeste a los fieles que le han sido confiados y que aquí aparecen como doce blancos corderos que le rodean. Así pues, a través de su palabra, los fieles pueden acceder al paraíso.

Texto reelaborado de:

http://lostonsite.wordpress.com/2009/08/08/cuando-la-belleza-esta-en-el-interior/